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Crónica - Diferentes caminos con los mismos propósitos

Actualizado: 23 sept 2020

Por: Tatiana Londoño

“Tatiana lleve saco que la rinitis le molesta”, era el dicho de mi mamá al yo salir de casa a las 5:30 de la mañana para un día más de colegio. En la Sede San Jorge de la ciudad de Ibagué, infraestructura antigua, patrimonio cultural, rodeado de naturaleza, caballos y vacas visitaban el patio principal de vez en cuando, los perros fieles compañeros de aulas; mientras por los pasillos se escuchaban melodías constantes de los diferentes instrumentos, si, hablo del Conservatorio de Ibagué, con 1.800 estudiantes hasta el grado once, esta fue mi segunda casa orgullosamente Aminense.


Cursando grado octavo nos llegó una circular para ser parte de una protesta que organizaban los estudiantes de grado once con instrumentos en mano, trovas, contrabandista y hasta el himno nacional para pedirle a la secretaria de educación, gobernador o alcalde que pusiera manos a la Institución siendo insignia de la capital musical de Colombia, pues la carretera para llegar al colegio estaba en malas condiciones, no se contaba con enfermería ni psicóloga y la escases de recursos era cada vez más notable. Un gran porcentaje de los estudiantes, no muy lejos amigos míos, eran de bajos recursos, que no tenían el dinero para una ruta y si amanecía lloviendo los zapatos se despegaban, en ocasiones no tenían plata para el descanso y mucho menos accesibilidad para un instrumento y seguir con su proceso musical. Fue así, que las protestas siguieron hasta conseguir una que otra ayuda del estado, pero no era lo suficiente para tapar aquellas falencias, se realizaban juntas de los representantes estudiantiles, padres de familia y directivos para hacer los famosos Jean Day, bazares y eventos musicales que era lo que mejor sabíamos hacer.


Eran las 12:00 del mediodía, sonó el timbre que nos avisaba que era momento de almorzar, para lo cual teníamos media hora, y la aprovechábamos al máximo ya que seguían dos horas cruciales para nosotros, frecuentemente eran materias musicales, matemáticas o química. Pero nos percatamos que en la entrada del aula estaba un profesor de música muy querido por todos los estudiantes, profesores, gente que nos ayudaba en el aseo, la señora de la cafetería, vigilantes y hasta por Don armando el de la papelería, el profesor quien tocaba Violín, mi mentor desde que entre en el 2007; nos pidió el favor de que nos sentáramos que solo serían 10 minutos, con palabras concretas y sensibles nos propuso un proyecto que naciera de cada uno de nosotros, proyecto que consistía en visitar sectores vulnerables donde hubieran niños con ansias de aprender a tocar una flauta dulce hasta ser un gran pianista, pues gracias a la formación del colegio teníamos conocimiento del tema y una pedagogía clara de enseñanza, sin pensarlo dos veces como grupo aceptamos, si protestábamos por ayuda para nosotros, lo correcto era ayudar y regalar una sonrisa para quien lo necesitara y que mejor que por medio de la música, cuadramos horarios, transporte, los sectores, escuelas de bajos recursos, hasta una fundación de niños con discapacidad que por suerte quedaba cerca del colegio, pasaron los días mientras pasaba el trámite de los permisos y lo necesario para hacerlo bien. Un mes después, recuerdo tanto que fue un sábado soleado, visitamos el primer sector ubicado en la gaviota, parqueó el bus, fuimos bajando uno por uno algunos con los instrumentos, otros con los atriles y partituras y el resto en la bodega bajando los más grandes.



Es imborrable de mi memoria la cara de aquellos padres, abuelos y niños ver llegar gente extraña con una intención desconocida, pero a la expectativa de que sería un rato agradable. Ensamblamos y dio inicio el concierto de corazón pues así fue el nombre que le quisimos dar, fue gratificante y es una de las experiencias que marcaron mi vida, los niños bailando y con su rostro enfocado en ciertos instrumentos se acercaban a nosotros a preguntarnos como se llamaban y si lo podían tocar, la gente agradecida pues recalcaban que en sus planes no estaba pagar la boleta para un concierto en el Teatro Tolima; y así como muchas frases nos causó susceptibilidad a todos mis compañeros quienes tomamos la decisión de dar clases gratis a estos niños que como dice el dicho cliché serían el futuro de nuestro país, estos momentos que jamás olvidaré culminaron el día que con diploma en mano salí por la puerta de aquella institución que aparte de darme un técnico en música, me ayudó a crecer como persona.

Entré a la Universidad de Ibagué a estudiar Comunicación Social y Periodismo, encontrándome en quinto semestre. La mesa ciudadana es el nombre que se atribuye al proyecto que se desarrolla por medio de tres materias fundamentales, para suerte de mi grupo es la primera vez que vamos a llevar a cabo la mesa ciudadana Latinoamericana en la que pertenecen diferentes países con comunidades de interés. Elegimos Ecuador, en especial la experiencia Rio de la Raya como colectivo a investigar. Después de un proceso arduo de rastreo se dio la oportunidad de realizar una entrevista con Maritza Chimarro Ponce Directora de la experiencia, desde un principio mi pensamiento iba enfocado en la materia y el trabajo final, sin saber que al hablar con aquella persona, removería fibras de mi pasado y además que es asombroso ver que no solo pasa en mi entorno, pues durante la entrevista se centró en un tema que para ella y la comunidad era de suma importancia y era la inclusión de los niños en el colectivo.


“Conocimos niños en el 2010 que eran muy pequeños y ahora tienen 20 y están formados como comunicadores en la selva” lo afirma Maritza, mientras nos contaba como lograron incluirlos en esta experiencia, estrategia muy parecida a la que yo participe tiempo atrás. Esta comunidad indígena no recurría a las protestas, pero en cambio, realizaban rituales de baile, meditación con la naturaleza, entre otros, para demostrar su resistencia día a día. “Llegamos con la primera muestra de audiovisual y cine a las comunidades amazónicas” nos cuenta Maritza a los 4 estudiantes que estábamos presentes por medio de la plataforma Meet; no fue una entrevista común, o tal vez a las que hemos estado acostumbrados, se creó un dialogo ameno, en el que podíamos opinar desde nuestra cultura, conocimiento y testimonios.


Nos invitó a chequear la página web en la que se publicaba el paso a paso de cada proyecto desarrollado en ciertas comunidades como Siona, Secoya y Cofan, para sorpresa de nosotros cada uno tenía que ver con colegios y sectores vulnerables donde lograban capturar la sonrisa de los pequeños al tener en su mano una cámara, un micrófono o simplemente ver una pieza audiovisual en las que ellos eran los protagonistas, siendo las semillas que darían fruto como lo mencionaba anteriormente Maritza y que en unos años ellos serían los que lideraran el colectivo que les brindo conocimiento, diversión y sobre todo visibilización ante la sociedad.


Sentimientos encontrados fueron el resultado de ese encuentro con la directora del colectivo. Visualizar en mi memoria lo que una vez salió como la idea de unos simples estudiantes de colegio que se sintieron susceptibles, hoy en día es replicable en un territorio diferente, con tradiciones y costumbres ajenas a las que estoy acostumbrada, pero sobre todo el saber que de ese proyecto hacen parte niños indígenas, niños que se encuentran ubicados en la selva sin ningún recurso que sea beneficioso para su educación, tal vez en peores situaciones en las que se encontraban mis compañeros y aquellos niños del sector de la gaviota.


Después de salir de clase de Periodismo Ciudadano un viernes, revisé los trabajos que había con fecha pronta de entrega y que tenía que realizar un rastreo para un trabajo, no obstante, recordé una práctica que se mencionó con la profesora encargada de esta asignatura antes de la pandemia en la que estamos atravesando. Lo planeado era visitar una escuela que quedaba en el páramo del Tolima, en la que pertenecían niños de sectores vulnerables y la infraestructura no era la adecuada para recibir las clases correspondientes.

Una escuela construida en material de madera, en medio de zona verde, techo de teja plástica y otros en láminas oxidadas, el verde y el naranja son los colores que resaltan en esta escuela hecha con amor, un lugar que preserva su cultura rural campesina. Sus salones sin lujos, pero con un aspecto característico como los trabajos de los niños, sus dibujos en los que plasman sus ideas y lo que quieren hacer, le da viveza en su interior. Cuenta con un número máximo de 10 niños que viven en sus alrededores, que merecen el mismo derecho que un niño que estudia en la civilización, a pesar de que recorren largos caminos para poder recibir sus clases con el frio de la mañana que caracteriza esta zona.

La docente Daniela Gálvez me compartió un documental en el que se plasma por medio de una pieza audiovisual el territorio, la gente, la infraestructura, etc. En un momento del documental me transporte a este lugar, ya que, contiene fragmentos que para muchos lectores pueden pasar por alto, pero marca el saber que no es muy lejano estos problemas, es el pan de cada día de aquellos docentes que luchan con lo poco para que los niños y niñas se sientan cómodos y agradables.


Al encontrarme con este caso, me di cuenta que no era la heroína que me creía en el proyecto del Conservatorio. Investigando del tema en internet se encuentra cantidad de páginas sociales en las que caminantes de la Ciudad de Ibagué se disponen a ir. Estos estudiantes y docentes no optan por hacer protestas, caminatas de defensa por sus derechos para que se concienticen de la calamidad en la que viven. Es allí donde el laberinto vuelve al punto central y une los 3 casos que, aunque no se encuentren geológicamente cerca, se repite lo que alguna vez me tocó presenciar.


A pesar de las condiciones que vivimos la mayoría de niños y jóvenes de la ciudad, una cama caliente, una familia esperando por nuestra llegada, una comida caliente luego de una larga jornada de estudio, una ruta que me llevaba y me traía estuviera lloviendo o haciendo sol viviendo a 5 minutos del colegio, y más aun a pesar de que no es mi día a día, con esta experiencia vivida en mi colegio, tuve la oportunidad por unas pocas ocasiones de entender lo que viven los niños en espacios rurales o fuera de la ciudad para poder avanzar en sus proyectos de vida y educarse. Al encontrarme hoy en mi situación, a mis 20 años en mi formación como comunicadora social y periodista, el fin dese ser, poder aplicar de manera solidaria, innovadora, estratégica y de corazón, lo que se ha aprendido, visibilizar aquellas voces, aquellos talentos ocultos que se encuentran entre las montañas, en una casa de madera y un agua de panela para dormir. Esas personas merecen los mismos derechos que aquel que creció en cuna de oro, pero creo que da cierta perspectiva que no muchas personas comprenden o tienen en cuenta, y de esta manera se da la posibilidad de mediante más estudios lograr seguir aportando un granito de arena en esta tan complicada situación. De esta experiencia no me llevo una nota para un semestre más aprobado, ni las noches en vela que pase junto a mi grupo realizando un informe, un documental o una crónica, me llevo una experiencia que me ayudo a sensibilizar, valorar lo que tengo en mi entorno, crecer como persona y sobre todo aprendizajes sobre culturas ajenas sin la necesidad de estar en físico en un territorio.

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